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viernes, 18 de febrero de 2011

Todos los cuentos, de Cristina Fernández Cubas


A Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, Barcelona, 1945) se la ha reivindicado desde la literatura fantástica o de terror, desde el feminismo más ávido de militantes ilustres e, incluso, como miembro representativo de la gauche divine. Sin embargo, el codiciado objeto de deseo –una de las firmas más originales y sólidas de la literatura española de las últimas décadas– se distancia de todas las etiquetas. De igual forma que en sus cuentos el lenguaje hace que todo sea posible, en la realidad que se vive las habilidades y manipulaciones del lenguaje obligan a desconfiar de cuanto muestran.

El principal de los muchos aciertos de Todos los cuentos, la recopilación de los cinco libros de narrativa breve publicados hasta ahora por Fernández Cubas que se acompaña de un orientador prólogo firmado por uno de los especialistas en el género, el profesor y crítico Fernando Valls, es la posibilidad que ofrece a los lectores de adentrarse en el universo que Fernández Cubas ha ido creando relato a relato durante más de treinta años. No se trata de una autora demasiado prolífica, sino más bien al contrario, pero cuando el lector se halla ante Todos los cuentos llega a saber, a inferir, que la autora no sólo construye su mundo cuando escribe o publica, sino que, como buenas historias que son, éstas continúan creciendo más allá de las páginas que les dan cobijo, trascendiendo a su creadora y a sus lectores. Por eso inquieta el frecuente tema del doble en sus cuentos, la mermelada elaborada en un pueblo de nombre tan fascinante como Brumal o el lenguaje incomprensible que unos padres inventan para un adolescente que –según se mire– parece un discapacitado o un bello joven de inteligencia sobrenatural. Ésta es una de las claves y de los hallazgos en una literatura en la que el descubrimiento es uno de los fundamentos –los descubrimientos a cargo de los personajes y los que la autora regala a quien los lee: la realidad, la fantasía o la imaginación no dependen sino de quien las decodifica, de quien sabe verlas desde el ángulo preciso. “El ángulo del horror”, un cuento del que se puede decir muy poco si no se quiere desvelar su magia, resulta, en este sentido, muy ilustrativo de lo que es la narrativa de Cristina Fernández Cubas: la búsqueda del ángulo de visión en el que converge el mayor número posible de perspectivas y los matices que no se aprecian si no se está en la posición correcta. Sucede, a veces, que lo que vemos sin estar acostumbrados o aquello en lo que reparamos por primera vez a pesar de llevar mucho tiempo mirando y observando, asusta y se convierte en una amenaza. De ahí que se quiera enmarcar a esta autora en el género de lo fantástico.
Los hallazgos y el descubrimiento de nuevos significados están inevitablemente ligados a la infancia, otro de los temas fundamentales en la obra de Fernández Cubas. Los estrictos colegios religiosos, los internados cerca de su mar natal, las desiguales relaciones entre hermanas o las primeras amigas recrean un mundo infantil donde cualquier descubrimiento se vive como una revelación en un ambiente de misterio. La información o conocimiento vetados a los más pequeños hace que éstos construyan una realidad a su medida, como en el caso de “Mi hermana Elba”, que no puede sino desarrollarse en unas coordinadas llenas de magia. Éstas, aunque se olvidan con el tiempo, acaban surgiendo en un momento u otro: así le sucede a la anciana Emilia, protagonista de “El moscardón”, cuando al final de su vida vuelve a reunirse con sus compañeras de estudios y fiestas. De nuevo todo depende de la perspectiva o del ángulo de visión que se adopte, porque tanto lo bello como lo terrorífico forman parte de la misma realidad.
Un universo tan complejo y tan repleto de matices, que ha evolucionado tan coherentemente desde sus primeros relatos hasta los más recientes, con puertas o ventanas por doquier dispuestas a abrirse para proporcionar nuevos descubrimientos, no se construye tan sólo gracias a la inteligente estructura de las narraciones, en la que Fernández Cubas demuestra una habilidad innegable, sino que se fundamenta en gran parte en la capacidad del lenguaje para sorprender y sugerir. Aunque se trata de una prosa ágil, la elaboración y el cuidado de la lengua es tal que ni una palabra es excedente ni superficial. El mundo –en la acepción de baúl de la palabra– que la aspirante a novicia deja “afuera”, a las puertas del convento, es una muestra. Podría parecer, como dice la protagonista del cuento “Mundo”, un simple juego de palabras, pero no lo es, puesto que en la narrativa de esta autora catalana hay un claro y poderoso empeño en devolver al vapuleado castellano su riqueza léxica y semántica, los matices que sólo las palabras –como las diferentes perspectivas en el caso de la visión– pueden dar a la realidad. En la continuación que escribió para “El faro”, el relato inacabado de Poe, a sugerencia de una editorial, Fernández Cubas vuelve a demostrar de nuevo todas sus habilidades, la de la manipulación y dominio del lenguaje incluida, en lo que constituye un cierre perfecto para un libro magistral.

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