Bevilacqua y Chamorro deben investigar un caso atípico: un técnico de seguridad aparece muerto en la habitación de un motel. La causa: un ataque al corazón debido a la mezcla de pastillas, alcohol y otras drogas durante una noche loca con una prostituta rusa. Aunque todo apunta a que se trata de un accidente, la aparición meses después del cadáver de la prostituta desmiente esa hipótesis.
Seguir un rastro frío no es sencillo, y menos cuando el caso parece llevarles una y otra vez hacia aguas peligrosas: el mundo de la construcción.
Lorenzo Silva nos propone un caso en apariencia sencillo: una muerte accidental que poco parece esconder. Pero lentamente van apareciendo más pistas que apuntan a que toda la situación apesta a juego sucio. Uno de los puntos más interesantes es la inversión de roles de los protagonistas: aquellos en apariencia honrados tienen mucho que ocultar y pocas ganas de colaborar, mientras que los que se dedican a negocios turbios y oscuros son los más interesados en que se resuelva el misterio.
La personalidad de Bevilacqua y su relación con Chamorro son dos de los puntos fuertes de la novela. Bevilacqua es un hombre tranquilo, metódico, que no se asusta por tener que dedicarse a tareas de documentación y que usa su carácter calmado para extraer de los sospechosos más verdades de las que estos piensan que han dejado escapar.
La relación entre los dos guardias civiles navega peligrosamente entre el compañerismo, la admiración, y el amor platónico, y es uno de los principales alicientes que tiene la novela, ya que está construida de forma delicada y sutil, sin restarle importancia o lastrar el caso principal.
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